martes, 3 de febrero de 2009

En resumen



No basta con tener una buena historia. Ya en El País, se reseñaba el anacronismo que, para su época de publicación, inspiraba la novela en que se basa Titanic 2. Entonces, casi cincuenta años después, ¿qué sentido tiene? Pues el del despliegue de gritoneos y sobreactuaciones manipuladoras (por principio y convención virtuosas), del reparto actoral. Pero tampoco basta con tener buenos actores.

Lo de negar la posibilidad de hacer películas (ya no digamos cine), a personas formadas en el teatro o la literatura, significa analizar su balanza de prioridades. Hacer una película no es nada más filmar algunas escenas de alguna buena historia con algunos buenos actores o escasos buenos diálogos. Una película debe someter la percepción a una red de discursos/relatos/lenguajes espaciotemporales desplegados en una estructura de asociaciones/yuxtaposiciones/disociasiones, etcétera, entre imágenes y sonidos.

Como el poquito cine de esta película: ese enfrentamiento audiovisual entre el enamoramiento y el matrimonio, la idealización y la infidelidad, el pasado y el presente en varias capas, la primera vez que Frank le pone el cuerno a April.

Lástima que ni tantito cine valga la pena. No se compensa. Ni aunque uno le siga teniendo poquita fe al cine.