La película de terror sin monstruo.
Camino, el monstruo de la mente. Hambre, el monstruo de la injusticia justiciera. La primera se enfrenta a una malinterpretación, a unas creencias aparentemente útiles pero, en el fondo, pesadillescas. La segunda confronta la insurrección con la institución en sus condiciones más radicales. En ambas películas, media el dolor más tangible y sensorial, el más condicionante y conflictivo de todos: El que lleva a la muerte, inevitablemente.
En Camino, el aparato estilístico artificioso conduce al melodrama hacia excesos muy proclives a la ambigüedad/paradoja, dependiendo de como se la vea. Hasta número musical y asomo de cuento de hadas aparecen entre sus diversas formas, para conducir a la siempre interminable discusión a cerca de si nada más es para chantajear o si, por el contrario, es para hacer una crítica no tan indirecta sobre su tema. Para este blog, esa es garantía de que el dinero del boleto será bien invertido.
Hambre, por el contrario, se entrega abiertamente a la marginalidad de sus formas extremas pero con sentido de violencia bien definido, además de un estilo que domina al argumento, convirtiendo a la obra en un acto de expresión de la violencia y no una ilustración/explicación de un hecho alejado en el tiempo. Tampoco hay arrepentimiento. Ni en la película ni en el pago por verla.