domingo, 4 de diciembre de 2011

La piel que habito

Al modo de filmar perfecto se le conoce como Hitchcockhawksiano, entiendo: El más expresivo de los modos clásico. Su clasicismo radica en que su expresividad no es poética, sino funcional: La imagen no necesariamente es la metáfora, sino que, del modo más bello, se encuedra una acción que contiene ese otro sentido.


Así es La piel que habito. Una trama/película de historias que no se ven, de mentes enfermas cuya pasión les impide considerar alguna alternativa a su versión de los hechos. De suspenso del más fino. La imagen y los sonidos reproducen este universo de informaciones desconocidas, de hechos obstruidos, de sombras que no dejan ver y palabras no escuchadas. De confesiones parciales. De encierros de muchos tipos: En las propias convicciones, en las profesiones, en las convenciones no asumidas y en los sitios de reclusión. Hasta el encierro en el carnaval, como refugio.

Disfraces, deseos consumados, colores, músicas, formulaciones y reformulaciones de la relación entre el cuerpo y la apariencia, todo es un exceso. Pero uno coherente, gozoso.

Con Almodóvar me pasa que lo odio o lo amo. Si lo amo, se me vuelve lo máximo. Ahí: Disculpen.

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