Edie Sedgwyck, hija de una disfuncional familia llena de perversión y dinero, corre en blanco y negro y en cámara lenta por las calles de Nueva York. Fuera de campo, vestidita como princesa campirana (con su vestidito de flores y su cabello lacio y sin teñir de falsos rubios), acepta sus errores y afirma que noooooo, nada de nada, nooooooo no me arrepiento de nadaaaaaa.
Sin embargo, los intertítulos finales nos informan de su joven desvanecimiento por una prematura sobredosis, recién dada de alta de rehabilitación.
Su amigo, Andy Warhol, según dice su representante en Factory girl (Guy Pearce, transformado pero impecable, para variar), se sentía tan atraído por cierta gente y por la irreverencia de poner en evidencia las técnicas del cine (en un arranque de conciencia que Ed Wood a lo mejor hubiera necesitado para vender), que no dudó en convertir a esta heredera acumula-desgracias en su estrella.
La película conjuga las secuencias con base en el estilo fotográfico: presente, presente filmado como pasado y pasado filmado con los actores del presente. Asimismo articula diversos presentes: el del recuerdo en 35mm, el de Edie rehabilitada y el de Edie como la recuerdan sus viejos amigos, esto último en un slide vertical durante los créditos.
La cultura gringa sublima hasta al más drogadicto de los muertos. En el mundo de la fábrica todos aparecen tan millonarios y excéntricos que, no importa el nivel de estilización con que las adicciones y el arte se filtran en la personalidad, todos mueren dejando puros recuerdos maravillosos.
El legado del arte pop no parece haber sido superado. Pero, a pesar suyo, como momento histórico no parece interesar mucho a los magnates de los estudios angelinos. Siempre hace falta la mano de los Weinstein para poder filmar las historias del inframundo del arte que impulsó la posmodernidad (Basquiat, Yo le disparé a Andy Warhol). Sobre todo para hacerlo con la deliberada cámara al hombro, la distorsión del foco suave, la diversificación de los formatos de la imagen con sentido, y la artificiosa discursividad que glorifica a los más necesitados de historicidad.
Recomendada por el Maestro Ayala.