martes, 26 de agosto de 2008

La visitante, de Lola Randl.


No hay por qué clasificar las películas porque luego pasa que hay algunas que no se sabe cómo denominar. Además, por mucho que La visitante tenga una trama con algo de suspenso, está mejor hablar de los mecanismos de ese suspenso que del género en sí. De esa forma, se hace a un lado la etiqueta, pues descubrimos que la complejidad de los recursos va más allá que tan sólo funcionar ante un género.

Claro, luego se rinden cuentas ante exclamaciones como ésta.

Sin embargo, la presencia por ausencia (o sea cuando no vemos pero conocemos o escuchamos a un personaje), resulta un elemento pivote en esta película, en la cual la protagonista se busca nuevos problemas al parecerle más atractiva la identidad de alguien más.

Por recados en una contestadora, por chismes, rumores, notitas y cartas, se configura el personaje más influyente en el conflicto: el que nunca se ve. Ni siquiera por aparecer en una foto se puede decir que está presente, pues son sus acciones pasadas, sin consecuencia aparente, pertenecientes a otro orden de las cosas, las que anudan hechos y acciones.

Hay otra forma de no estar: no decir. A punto de lo radical, pero finalmente cediendo a las explicaciones, la división entre la identidad ajena y la propia bifurca hasta la desesperación el conocimiento de quienes pertenecen a cada nivel de realidad. Así, los problemas sólo crecen y crecen, y la película se vuelve cada vez más narrativa conforme hay que describir estas acciones y estas relaciones, pero sin perder esa ausencia y enmudecimiento que generan suspenso.

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